«El tugurio» de Émile Zola
El Tugurio del tío Colombe estaba en la esquina de la calle de Les Poissonniers y del bulevar de Rochechouart. En el rótulo ponía, con letras alargadas y azules, una sola palabra: «Destilación», de punta a punta. En la puerta, en dos mitades de barril, había sendas adelfas polvorientas. El enorme mostrador, con sus hileras de vasos, su fuente y sus medidas de estaño, se alargaba a mano izquierda según se entraba; la amplia sala estaba decorada, en derredor, con grandes toneles pintados de amarillo claro, espejeantes de barniz, cuyos aros y espitas de cobre relucían. Más arriba, en los estantes, botellas de licor, tarros con frutas y todo tipo de frascos bien ordenados tapaban las paredes y reflejaban en el espejo de luna de detrás del mostrador sus manchas de vivo color, verde manzana, oro pálido o laca suave. Pero la curiosidad de la casa era, al fondo, detrás de una barrera de roble, en un patio acristalado, el aparato para destilar que los parroquianos veían funcionar, los alambique